ESTRÉS E INMUNIDAD, ENTRE LO TRADICIONAL Y MAS NEOCLÁSICO, CON UNA INCURSION EN LOS EFECTOS A LARGO PLAZO

 

Oscar Bottasso

IDICER (UNR-CONICET)

Rosario, Argentina

 

“Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aún años, que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en sus manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante.”

Don Quijote de la Mancha

Libro II, Capítulo XXIII

 

Resumen

Es sabido que el cerebro y el sistema inmunológico operan coordinadamente. El primero supervisa el entorno social, e interpreta las señales de allí surgidas, a fin de ponderar hasta qué punto el contexto es seguro o amenazante. El segundo distingue entre lo propio y no propio para proteger al hospedero ante la agresión. Más allá del tipo de amenaza, respondemos desde la interfaz neuro-inmuno-endócrina como una estrategia dirigida a salvaguardar el estado de bienestar. A grandes rasgos el estrés deviene en una serie de respuestas complejas que involucran principalmente al eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) y al sistema nervioso autónomo (SNA). Ambos promueven cambios a corto y largo plazo en el comportamiento, las funciones cardiovasculares, endocrinas, metabólicas, y del aparato defensivo, que en definitiva nos llevan a “luchar o huir” al confrontar con los distintos estresores. Muchos estudios indican que factores tales como el abuso, abandono, vicisitudes familiares, guerras, o desastres naturales durante la infancia se relacionan con alteraciones en la vida adulta reflejadas en un modo de respuesta desigual ante el estrés posterior, presencia de malos hábitos, enfermedades psiquiátricas, como así también disfunciones en los aparatos gastrointestinal y cardiovascular; sumado a los trastornos a nivel del sistema inmune. El rol de la epigenética y su conocido impacto sobre la regulación de la transcripción génica, parece ser un mecanismo subyacente de relevancia en este sentido.

Palabras clave: estrés, inmunidad, efectos a largo plazo, neurotransmisores

 

 

 

 

 

 

 

Stress and immunity, from the traditional and classic, to long-term effects

Abstract

In ensuring the primary goal of preservation, the brain and the immune system operate coordinately. The former monitors the social environment all the time, to interpret the signals arising from there, and hence to assess the extent to which the environment is safe or threatening. The second one plays an essential role in the distinction between self and non-self to consequently protect the host from damage. Beyond the type of threat, we react from the neuro-immuno-endocrine interface within the context of an adaptive strategy aimed at safeguarding the welfare state against injuries. Broadly speaking, stress results in a series of complex responses that mainly involve the hypothalamic-pituitary-adrenal axis and the autonomic nervous system. They represent the hormonal and neural components, respectively, which can promote short and long-term changes in behavior, cardiovascular, endocrine, metabolic functions, and the defensive machinery, which ultimately lead us to "fight or flight" when having to cope with stressors from different nature. On occasions where potentially stressful processes become recurrent, perpetuated, or arise during the early maturation stages, the possibility of long-term negative health consequences becomes likely. Many studies indicate that factors such as abuse, abandonment, distressing family situations, wars, or natural disasters during childhood are related to a series of alterations in adult life reflected in an unequal responsive mode to subsequent stress, presence of bad habits (smoking, alcoholism, drug addiction and promiscuous behaviors), psychiatric diseases, as well as different degrees of organ dysfunction, particularly in the gastrointestinal and cardiovascular systems; and additional disorders of the immune system. The role of epigenetics, particularly changes in DNA and histones, along with their known impact on the regulation of gene transcription, appears to be a relevant underlying mechanism in this regard.

Key words: stress, immunity, long term effects, neurotransmitters

 


 

El estrés y la comunicación bidireccional entre los sistemas neuroendocrino e inmunológico

En líneas generales los factores estresantes constituyen una serie de agentes externos o internos capaces de afectar la homeostasis, tales como cambios en el medio ambiente (temperaturas extremas), desbalances de procesos fisiológicos; o cuestiones psicosociales. Dichos estados pueden ser transitorios, pero en determinadas ocasiones suelen volverse reiterativos o permanecer durante bastante tiempo.1

Desde lo estrictamente orgánico, la percepción de los cambios corporales está a cargo del sistema nervioso periférico, desagregado en el somático y el autónomo (SNA). Las neuronas sensoriales aferentes llevan información desde la periferia hasta el cerebro, mientras que las motoras eferentes lo hacen en sentido inverso. Las primeras, tanto autonómicas como somáticas, poseen axones bifurcados con cuerpos celulares organizados en grupos discretos denominados ganglios sensoriales. Casi toda la información, desde la región caudal hasta el cuello, se mueve a través de ganglios sensoriales vagales o los de la raíz dorsal.2

También le corresponde al cerebro tomar nota de escenarios sociales con riesgo de trasuntarse en conflictos psicofísicos, para lo cual es crucial monitorear ese entorno, al parecer de varias maneras, y con un cierto grado de superposición.3, 4 Una de ellas tiene que ver con la red amigdalina abocada a la detección, decodificación e interpretación de conexiones interpersonales, la promoción de comportamientos cooperativos y formas de aprensión en contextos un tanto confusos.5 La amígdala representa el centro de esta red y se proyecta a otras regiones del cerebro, incluida la corteza prefrontal ventromedial, el surco temporal superior, la corteza cingulada anterior caudal y rostral, la ínsula, la circunvolución fusiforme, el polo temporal, el cuerpo estriado, el hipotálamo, el lóbulo temporal medial y núcleos del tronco encefálico. La red de mentalización, por su parte, favorece el análisis acerca de los pensamientos, intenciones y creencias de los demás e incluye la corteza prefrontal dorsomedial, la corteza prefrontal medial, la corteza precuña, la unión temporoparietal y también el surco temporal superior posterior.6 En paralelo, se señala la red empática que comprende el tronco encefálico, la amígdala, el hipotálamo, el cuerpo estriado, la ínsula, la corteza cingulada anterior y la orbitofrontal; en su conjunto está involucrada en la comunicación y el comportamiento prosocial.7 Un proceso adicional está referido al sistema de neuronas espejo (la corteza premotora dorsal y ventral, la circunvolución frontal inferior y el lóbulo parietal inferior y superior), gracias al cual podemos comprender mejor el comportamiento de nuestros congéneres sus acciones y emociones.8

Todo este entramado ha recibido la designación de cerebro social,9 el cual parece ser fundamental para nuestro comportamiento gregario, y en definitiva saber manejarnos, si el reto lo amerita atento a algún conflicto, aislamiento, rechazo o exclusión, entre otros.10

A la par de estas consideraciones, es sabido que durante procesos nosológicos ante los cuales se monta una reacción defensiva, como en las infecciones, el individuo desarrolla una respuesta de fase aguda, caracterizada por alteraciones inmunológicas, metabólicas y neuroendócrinas,11 en gran medida gatillada por la liberación de citocinas proinflamatorias que viene a constituir una suerte de estrés adicional, el inmunológico, por así decirlo.12, 13

Independientemente del estímulo en cuestión, la respuesta al estrés entraña, por su parte, cambios mayormente fisiológicos tendientes a restablecer la homeostasis, que Selye definiera como el síndrome de adaptación general.14, 15 El hecho de que el estrés agudo o de corta duración coexista con un incremento de la respuesta de células inmunes periféricas, a juzgar por un aumento transitorio de mediadores proinflamatorios,16, 17 podría ser el reflejo de un proceso adaptativo preparatorio del sistema inmune ante eventuales amenazas y sus potenciales injurias.18

Desde lo singular, si bien la reacción ante factores estresantes es bastante inespecífica, también parecen existir otras más particulares, habida cuenta de una gama de diferencias individuales ante un mismo estímulo estresante; lo que lleva a suponer una suerte de modulación por parte de factores psicosociales sobre la respuesta al estrés.19, 20  

Referido a esta respuesta, los mediadores más salientes de la reacción ante el estresor (neurotransmisores y glucocorticoides –GCs–), son capaces de modificar muchas funciones biológicas como el tono cardiovascular, la frecuencia respiratoria, y el flujo de sangre al tejido muscular, entre otros.21 En la presente revisión, nos referiremos a los conocidos efectos inmunomoduladores (ver recuadro 1).

 

El diálogo cruzado entre el sistema nervioso y la respuesta inmune (RI)

La conexión entre el sistema inmune y el neuroendócrino está dada en parte por la acción estimuladora de compuestos inflamatorios sobre el eje HPA como así también el SNA. Citocinas tales como IL-6, IL-1β y factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) estimulan la producción de hormona liberadora de corticotrofina en el hipotálamo con la posterior liberación adrenocorticotrofina hipofisiaria, que a su vez promueve la secreción de hormonas esteroideas por la corteza adrenal.22 Los esteroides adrenales ejercen a su vez efectos inmunomoduladores. El cortisol interfiere con la expresión de genes para citocinas proinflamatorias a la vez que inhibe la actividad de células Th1 y facilita las respuestas Th2.23-25 Algunos estudios indican que en determinadas condiciones los GCs podrían llegar a tener incluso acciones proinflamatorias; al parecer para preparar al sistema inmune ante el estímulo estresante pero subsecuentemente sobreviene la conocida función antinflamatoria, que obviamente es la más destacada y conocida.26 La dehidroepiandrosterona (DHEA), también es capaz de inhibir la secreción de citocinas proinflamatorias [revisado en 12].

El SNA se desagrega en sus ramas simpática y parasimpática. La primera de ellas también denominada el eje simpático-suprarrenal-medular (SAM) produce una respuesta rápida vía de la liberación de adrenalina y noradrenalina (NA). Las áreas de los órganos linfoides secundarios en las cuales residen las células T, macrófagos y células plasmáticas se encuentran muy inervadas, mientras que las zonas foliculares para el desarrollo y maduración de células B lo están en menor cuantía. Tras la estimulación, los nervios simpáticos liberan NA en dicho microambiente linfoide, la cual puede tanto potenciar como inhibir la RI. A nivel esplénico se ha comprobado que la NA reduce la producción de citocinas inflamatorias vía los receptores adrenérgicos β2AR presentes en los linfocitos T. Las células Th1 tienen una abundante presencia de β2AR, no así los linfocitos Th2. La inhibición se da sobre la síntesis de IFN-γ e IL-1 mientras que la de IL-10, IL-6, TGF-β e IL-8 se ve favorecida. Sin embargo, se han observado discrepancias entre las actividades inhibitorias y estimuladoras de las catecolaminas, lo cual podría atribuirse al estado de activación de la población celular en estudio y expresión de β2ARs. En las respuestas humorales, la estimulación β2-adrenérgica aumenta la proliferación de células B. Estos neurotransmisores también actúan sobre células de la inmunidad innata, como las NK favoreciendo su movilización, aunque también puede restringir la producción de citosinas.27, 28

La acetilcolina (Ach) es el mediador del sistema parasimpático, capaz de modular la RI fundamentalmente a través del nervio vago (NV). La activación del vago aferente se da por citocinas que interaccionan con nociceptores presentes en el mismo. El vago aferente se proyecta al complejo dorsal vagal del bulbo, el cual se comunica con el tracto solitario y núcleo motor dorsal del vago (de donde parten fibras eferentes). En 2000 se describió un mecanismo antiinflamatorio a cargo de eferentes vagales llamado la vía antiinflamatoria colinérgica; esto es una interacción del NV con el nervio esplénico simpático en el ganglio celíaco, que frena la liberación de TNF-α por macrófagos esplénicos. Estudios recientes apuntan que en realidad se produciría una activación selectiva de neuronas simpáticas del ganglio mesentérico superior (continuación del plexo celíaco) con liberación de NA en los ganglios linfáticos regionales y el bazo. Así, las fibras nerviosas esplénicas liberan NA, que señaliza en el receptor β2AR de células T denominadas ChAT+ (poseen la enzima acetiltransferasa de colina). En respuesta a ello, las células T ChAT+ secretan ACh la cual activa a receptores nicotínicos alfa7 α7AChR. Este receptor, presente en macrófagos, linfocitos y neutrófilos, es esencial para los efectos antinflamatorios; vale decir una menor liberación de TNF-α (la vía colinérgica no neuronal). Al parecer el ganglio mesentérico superior constituiría un componente esencial del circuito neural funcional de esta vía antiinflamatoria probablemente extensiva a otros órganos linfoides secundarios.29, 30

Asimismo, existen otros neurotransmisores sintetizados por las neuronas y presentes en las terminales presinápticas, tales como glutamato, ácido gama-aminobutírico, serotonina, y los neuropéptidos (por ej., la sustancia P, neuropéptido Y, opioides y péptido intestinal vasoactivo), capaces de ejercer acciones inmunoregulatorias12, 22, 27

 

Retomando el concepto del estrés inmunológico, y en el contexto de la respuesta desarrollada hacia microorganismos invasores, la misma también se acompaña de cambios hormonales12, 31-33 que inicialmente propenden a orquestar una estrategia defensiva eficaz contra el patógeno e igualmente amortiguar la intensa reacción inmunoinflamatoria.34 En el caso de infecciones por bacterias o parásitos que no se controlan fácilmente se instala un proceso crónico, con un desbalance de la comunicación bidireccional31, 35 a raíz de la perpetuación de la respuesta inmunitaria y el estado inflamatorio con cambios sustanciales en el perfil de respuestas endocrinas que pueden estar implicadas en la patogénesis de cada enfermedad en particular**35, 36

Los efectos a largo plazo

Muchos estudios indican que factores tales como el abuso, abandono, vicisitudes familiares, guerras, o desastres naturales durante la infancia se relacionan con un serie de alteraciones en la vida adulta reflejadas en un modo de respuesta desigual ante el estrés posterior, presencia de malos hábitos (tabaquismo, alcoholismo, drogadicción y conductas promiscuas), enfermedades psiquiátricas, como así también distintos grados de disfunción corporal, particularmente en los aparatos gastrointestinal y cardiovascular;37-44 sumado a los trastornos a nivel del sistema inmune.37-40 Un número sustancial de investigaciones viene dando cuenta que la persistencia de situaciones estresantes se relaciona con disfunción inmunológica45-48 e incluso con una mayor susceptibilidad a la aparición de neoplasias.49, 50

Ya en 1936, el mismo Selye hacía mención del impacto negativo del estrés crónico sobre el tejido linfoide,14 y la consecuente contribución para el desarrollo de diversas enfermedades, incluido el cáncer.51 Tiempo después aparece la primera proposición de un nexo entre el cerebro y el sistema inmune,52 con posteriores estudios donde se demuestran las influencias del primero sobre la RI las cuales, sumadas a otros resultados, sentaron las bases para el desarrollo de un nuevo campo de exploración, la mentada psiconeuroinmunología.53-55

El área se vio reforzada por la aparición de muchos trabajos en los cuales las personas con antecedentes de problemas como los mencionados más arriba, cuando niños, presentaban un mayor riesgo de enfermedades orgánicas y desbalances inmunológicos.56-60

Referido a esto último vale la pena mencionar algunos ejemplos bastante ilustrativos. Así como el maltrato durante la niñez coexiste con un perfil proinflamatorio cuando estos individuos alcanzan la adultez,61, 62 un estudio prospectivo a gran escala indica que aquellos desatendidos durante la primera década de la vida presentan niveles más elevados de proteína C reactiva al ser estudiados en su mediana edad.63 Slopen y col. también constataron que individuos afroamericanos con antecedentes de situaciones adversas en la vida temprana, tenían niveles más altos de interleucina 6 (IL-6), fibrinógeno, E-selectina y sICAM-1.64 En la misma dirección, las mujeres con estrés postraumático relacionado con abuso infantil denotaban una mayor actividad del factor nuclear kB,65 el cual es bien conocido por promover la producción de mediadores inflamatorios.66

Un estudio en personas abocadas al cuidado de familiares mayores con demencia puso en evidencia que quienes habían experimentado traumas emocionales, físicos o sexuales de pequeños, tenían más probabilidades de presentar mayores niveles circulantes de IL-6 y TNF-α como así también acortamiento de los telómeros,*** respecto de los no maltratados.67

La adversidad temprana (AT) asimismo se asocia con una mayor respuesta inflamatoria tras un estrés agudo, como lo demuestra una investigación en personas con un historial traumático durante la niñez, las cuales denotaron una mayor producción de IL-6 al ser sometidas a una tarea demandante.68 Por esos mismos años, otros investigadores comprobaron que los niveles plasmáticos de IL-6, tras confrontar una situación estresante experimental, eran más altos entre quienes habían presentado un trauma infantil.69 Además de mostrar niveles más altos de inflamación sistémica, el estrés crónico durante la infancia puede igualmente favorecer un perfil proinflamatorio en células inmunes innatas (monocitos y macrófagos). En un estudio en adolescentes que habían crecido en entornos familiares conflictivos, Miller y Chen comprobaron que tenían una mayor producción de citocinas inflamatorias cuando sus células eran expuestas al lipopolisacárido respecto de los jóvenes provenientes de familias sin este tipo de problemas.70 El mismo grupo comunicó por otro lado que los adultos provenientes de un nivel socioeconómico más bajo, cuando niños, exhibían una mayor producción de citocinas al estimular sus células con antígenos microbianos.71

Una revisión reciente indica que la mayor actividad inflamatoria en relación con situaciones de abuso en la niñez también revela una cierta heterogeneidad tanto en las variables de laboratorio como en las características del abuso infantil.72

Desde lo inferencial podría plantearse que la AT programa a las células innatas para montar una respuesta inflamatoria excesiva ante el contacto con microorganismos, y quizás también sobre otros aspectos de la RI. Algunos autores plantean, incluso, que estos cambios inmunológicos asociados a episodios traumáticos precoces podrían acentuarse ante la aparición de factores estresantes en la vida adulta, cual suerte de mayor sensibilidad “asimilada”, tal vez porque los recursos sociales y psicológicos para manejarse con este tipo de situaciones son menores.73-75

Las explicaciones en torno al posible mecanismo sobre la vinculación entre AT y desregulación inmunológica parecen ser variadas. En un trabajo muy reciente, Hong y col.76 comunican que la exposición perinatal a GCs en ratones resultó en una alteración persistente del eje HPA, en parte debido a una reducción del umbral de retroalimentación negativa de los GCs que cambia el punto de ajuste de HPA, y consecuentemente da lugar a menores niveles circulantes de corticosterona. Ello se acompañó de una menor funcionalidad de las células T CD8+ (actividad antitumoral y antiinfecciosa) la cual parece estar relacionada con una disminución en la señalización vía del receptor de GCs (GR) en las células T CD8+, en su conjunto vinculado a una reprogramación epigenética a largo plazo de estos linfocitos. El rol de la epigenética, particularmente modificaciones en el ADN y las histonas con sus influencias en lo que hace a la regulación de la transcripción génica parece ser muy influyente. La metilación del ADN es el mecanismo subyacente más probable en este sentido y puede constituir la base molecular de muchas de las asociaciones entre AT y posteriores problemas de salud psicofísica.77 El hecho de que la AT favorezca el acortamiento de los telómeros implica una aceleración de la inmunosenescencia, creando un terreno más proclive para el desarrollo de enfermedades con una base inmunológica.78

Con alguna variante, colateralmente se ha planteado que las situaciones adversas reprograman los mecanismos de respuesta al estrés, incluida la RI.79 Ambas hipótesis no son mutuamente excluyentes, y a la vez pueden confluir en un mismo mecanismo, vale decir que la AT precoz sea capaz de alterar la expresión y la metilación del ADN de ciertos genes relacionados con la desregulación inmunitaria del adulto.

En paralelo a las acciones inmunomoduladoras de los GCs en el período perinatal,76 la metilación del promotor del exón 1F de NR3C1 (Nuclear Receptor Subfamily 3 Group C Member 1)**** fue mayor, mientras que la expresión del gen hipocampal NR3C1 estuvo disminuida, en varones suicidas con relaciones infantiles problemáticas.77 Por otro lado, un trabajo reciente en ratones indica que la separación materna deriva en efectos perjudiciales a largo plazo sobre el comportamiento de los animales vía una modificación en las histonas del gen para el GR.80 Es claro, sin embargo, que se requieren más estudios clínicos para determinar los alcances reales de esta liason entre AT, estrés, epigenética y consecuencias a largo plazo.81-83

Hace unos años, Miller y Chen demostraron que los adolescentes con antecedentes de haber crecido en entornos de bajo nivel socioeconómico, cuando niños, tenían niveles más altos de ARNm para TLR4 (Toll-like Receptor 4, un sensor innato de bacterias Gram negativas) en comparación con quienes disfrutaron de mejores condiciones.84 Va de suyo que en aquellos con niveles más altos de ARNm de TLR4, la probabilidad de montar una inflamación excesiva es mayor.

También existe evidencia que la AT puede ocasionar cambios epigenéticos en otros niveles del eje HPA, la serotonina, dopamina, y algunos neuropéptidos involucrados en la comunicación inmuno-endócrina.68, 85-93 Demostraciones que podrían explicar la menor respuesta del eje HPA y el SAM ante el estrés agudo de los adultos con un antecedente de AP.94, 95

Por fuera de estas cuestiones, es necesario destacar que el estrés crónico puede, por su parte, alterar la barrera hematoencefálica, y favorecer la afluencia de monocitos periféricos al cerebro, además de alterar la capacidad de respuesta al estrés de las células inmunes, vía una modulación de la expresión del GR.96-98

 

Vis medicatrix naturae

Se le atribuye a Hipócrates la idea sobre la existencia de fuerzas sanadoras del organismo, o “del poder curativo de la naturaleza”+; que en alguna medida era ayudada por el médico posibilitando condiciones más favorables para el proceso de mejoría, donde no sólo entraban a tallar los aspectos físicos sino también los psicológicos tales como la acción vigorizante del consuelo y la esperanza, hoy resignificadas en otras sinonimias que no parecieran tan diferentes en su esencia.99, 100  

En esta línea de pensamiento parece promisorio que las experiencias positivas consigan mejorar el estado neuropsiquiátrico y en parte contrarrestar las influencias nocivas de la AT. 101-104 La atención plena, la terapia cognitivo-conductual, la meditación, la hipnosis no solo son beneficiosas para el bienestar psíquico, sino que también reducen los niveles de mediadores inflamatorios con un mejor desempeño de la RI mediada por células.105-107

Las intervenciones breves destinadas a favorecer afectividad (masajes, música, relajación y esfuerzo físico) también podrían mejorar las respuestas inmunitarias, por ejemplo, los niveles de IgA secretora, y la funcionalidad de células NK, entre otros.108

Y en esto de aplicar prácticas saludables no perder de vista los efectos beneficiosos de la buena música, que felizmente está recibiendo una debida atención en la investigación psiconeuroinmunológica.109, 110 Llegará un día en que la ciencia asigne una denominación a lo que los “automedicados melómanos” vienen conociendo desde hace mucho. 

 

Conclusión

En la prosecución del objetivo fundamental de preservación, el cerebro y el sistema inmunológico operan coordinadamente. El primero monitorea continuamente el entorno social, e interpreta las señales de allí surgidas, a fin de ponderar hasta qué punto el contexto es seguro o amenazante. El sistema inmunológico, por su parte, juega un papel esencial en la distinción entre lo propio y lo ajeno para consecuentemente proteger al hospedero de las injurias. Tras la exposición a un estímulo nocivo, el organismo busca desarrollar una reacción capaz de contener el proceso a la par de prevenir el daño colateral que podría ocurrir a raíz de una activación inmune excesiva. Más allá del tipo de amenaza en particular, responderemos desde los distintos niveles de la interfaz neuro-inmuno-endócrina como una especie de adaptación exitosa ante la agresión dirigida a salvaguardar el estado de bienestar. En ocasiones donde los procesos potencialmente estresantes se tornan recurrentes, se perpetúan o se presentan en las primeras etapas madurativas, es necesario barajar la posibilidad de consecuencias negativas a largo plazo sobre la salud en general y la RI, en particular, para obrar consecuentemente.

 


 

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Nota del Director: El Dr. Bottasso ha sido reconocido recientemente como Médico Distinguido de la ciudad de Rosario por el Concejo Deliberante. Es miembro de número de la Academia de Ciencias Médicas de la Provincia de Santa Fe.



**Tuberculosis, lepra, leishmaniasis, enfermedad de Chagas, neurocisticercosis, esquistosomiasis y sífilis,  entre las más destacadas.

***Los telómeros, repeticiones de ADN/proteína, se hallan situados en el final de los cromosomas y promueven la estabilidad de éstos a la vez que regulan la replicación celular. Los telómeros más cortos se asocian con situaciones como la obesidad, el tabaquismo, el envejecimiento y enfermedades relacionadas con la edad.

**** Este gen codifica para el GR. El mismo se encuentra en el citoplasma, pero al unirse al ligando, se transporta al núcleo para modular la respuesta inflamatoria, la proliferación celular y la diferenciación en los tejidos diana.

+ En griego Νόσων φύσεις ἰητροί -Nóson fýseis iitroí: la naturaleza es el médico de las enfermedades.