Rev. Méd. RosaRio
86: 50-51, 2020
LA
NECESIDAD DE UN JUSTO EQUILIBRIO ENTRE SABER PRODUCTIVO Y EL SUPUESTAMENTE POCO
REDITUABLE
Sin temor a equivocarnos, puede afirmarse que Italia constituyó la cuna del renacimiento. Florencia, Roma, Venecia, Mantua, Boloña, Ferrara, y otras tan- tas regiones fueron sitios donde afloró ese movimiento de artistas, pensadores e intelectuales que abrevaban en las simientes de la cultura clásica. Posibilitado porque quienes ejercían el poder en aquellas pequeñas repúblicas, o ciudades estado hicieron suyo ese ideal. Toda la península no sería lo que tantísimas personas han venido disfrutando si tales gobernantes hubieran esgrimido impedimentos ligados al elevado costo de las obras, más aún cuando no se avizoraba una rentabilidad financiera inmediata o una utilidad económica directa para sus erarios. Para bien de la civilización, la visión de aquellos preclaros mecenas hizo las delicias de las artes y la cultura en general. Como una consecuencia a largo plazo, el abultado número de individuos que visitan Italia ávidos por conocer ese patrimonio artístico terminó contribuyendo a la economía del país de un modo sustantivo.
A contrapelo de esa saludable tradición, hoy somos testigos de escenarios donde la enseñanza de la cultura clásica, las humanidades y las artes han sido relegadas. Decisiones en manos de quienes precisamente deberían velar por la preservación de valores tan caros al alma humana; a riesgo de privar a las futuras generaciones del deleite que nosotros disfrutamos sea a través de las grandes piezas literarias, obras pictóricas, o composiciones musicales.
Las visiones han cambiado tanto, y a tal punto, que aquel proyecto renacentista probablemente hoy no tendría la acogida con que fue recibido por aquel entonces. Los porqués de esta suerte de indiferencia seguramente han de ser índole multifactorial, pero algunos factores emergen más "iguales" que otros. Mucho de esto no podría ocurrir de no existir una crisis de convicciones que permea lo político, lo económico y hasta la propia ciencia. A grandes rasgos, el foco parece estar mucho más centrado en el producto que en el proceso. En lo concerniente al campo científico con el que uno está más familiarizado, establecer conexiones entre eventos aparentemente disímiles, e interpretar la complejidad del mundo, ha sido desde siempre el propósito de la investigación. Uno de los ideales fundadores de la ilustración fue describir el entorno tan acertadamente como sea posible, y hacer uso de ese conocimiento para lograr algún modo de intervención sobre la naturaleza y sus fenómenos. Según este ideario ese avance debía valorarse en la medida que promoviera el bienestar de los pueblos y las sociedades. Precepto que hoy cotiza mucho menos, dicho sea de paso.
Si en la búsqueda de explicaciones hallamos un elemento que nos permite intervenir o modificar algún fenómeno, que para el caso de la biomedicina se inscribe en el escenario de tal o cual enfermedad, pues bienvenido sea el “producto”. Nadie reniega de eso. Pero la meta en sí es lograr un conocimiento que proporcione una mejor y más consumada comprensión del contexto nosológico en lugar de entronizar una herramienta muy particularizada que de no tener un fuerte asidero en el basamento fisiopatogénico puede dificultar la distinción entre lo medular de lo que no reviste tal categoría. Un producto descontextualizado entraña, incluso, la posibilidad de generar una especie de no-saber (science-based ignorance) cuyas consecuencias no son desdeñables a la hora de tomar decisiones médicas.
Resulta claro que el producto es mucho más redituable y como tal se inserta en lo que se ha dado en llamar saberes productivos, pero ello no debe ir en desmedro del conocimiento no rentable, por así decirlo, en tanto queramos rescatar aquella idea que apuntaba a una Sociedad de Conocimiento. Desde una visión más supra, si la misma educación termina subordinada a este tipo de cuestiones cuantitativas, mal que nos pese, la cultura clásica y todo lo ello implica se volverá cada vez más irrelevante.
Detrás de la retórica discursiva, a sabiendas o in- conscientemente, las asimetrías globales entre producto y proceso nos están llevando a una encerrona que tarde o temprano fomentará el descreimiento social ante la carencia de respuestas genuinas. A prima facie se impone efectuar una lectura muy realista del estado de situación y toda la gama de dificultades y desigualdades que nos aquejan. Y a la hora de barajar algún instrumento de manifiesta probidad, no dejemos de contemplar su ac- cesibilidad para las comunidades más desfavorecidas y marginadas.
Si nos decidimos a
transformar este status quo habrá que reposicionar a la CULTURA
en su sentido amplio
como valor primordial de la condición huma- na. De lo contrario
podremos embarcarnos de lleno en una
“productura” donde
la buena vida
será equiparable a cuanto
más variada y abundante es nuestra disponibilidad de productos-objetos-manufacturas.
Una consideración adicional, la enorme franja de no beneficiados pero deseosos de acceder a ese gold- standard constituyen un terreno muy fértil para que los inescrupulosos prometedores de un derramamiento de bienestares hagan su agosto político…quizás estemos necesitando otro renacimiento.
No tiene el gran artista ni un concepto que el mármol en sí no circunscriba en su exceso, mas solo a tal arriba
la mano que obedece al intelecto.
El mal que huyo y el bien que prometo, en ti, señora hermosa, divina, altiva, igual se esconde; y porque más no viva, contrario tengo el arte al deseado efecto.
No tiene, pues, Amor ni tu belleza o dureza o fortuna o gran desvío
la culpa de mi mal, destino o suerte; si en tu corazón muerte y piedad llevas al tiempo, el bajo ingenio mío
no sabe, ardiendo, sino sacar de ahí muerte.
Non ha l´ottimo
artista alcun concetto c´un marmo solo in sé non circonscriva col suo superchio, e solo a quello arriva la man che ubbidisce all´intelletto.
Il mal ch´io fuggo,
e ´l ben ch´io mi prometto, in te, donna leggiadra, altera e diva,
tal si nasconde; e perch´ io più non viva, contraria ho l´arte al disïato
effetto. Amor dunque non ha, né tua beltate O durezza o fortuna
o ran disdegno,
del mio mal
colpa, o mio destino o sorte; se
dentro del tuo cor morte
e pietate
porti in un tempo, e che ´l mio basso
ingeno non sappia, ardendo, trarne altro che morte.
Michelangelo Buonarroti, Rimas
Oscar Bottasso
Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (Universidad Nacional de Rosario
- Consejo Nacional
de Investigaciones
Científicas y Técnicas), Rosario; Argentina
Correo
electrónico: bottasso@idicer-conicet.gob.ar